
‘Ta que situación más fea, está más fea que pisar caca descalzo, o fea que el hambre, más fea que tener sueños húmedos con tu suegra, y es que estoy a unos días de un cumpleaños importante, no el mío por supuesto, ya que el mío lo paso más solo que fraile olvidado por el vaticano. Es el cumple de mi hermano, y la verdad no sé que darle, primero porque mi situación financiera no me permite una celebración con bailarinas y barra libra hasta que el último de sus borrachos amigos caiga, pero creo que me permite una chupa ligera y somera, con un par de amigas que puedan darle un buen regalo al Colorado.
Ahora que recuerdo cada este cumpleaños me ha hecho recordar sus anteriores cumples, y no precisamente los que hemos pasado ebrios, sino los que se pasaban en casa comiendo lo que mi abuela cocinaba y mientras la emoción del día era que llegara el cumple, los regalitos misios de los parientes sobones, para luego dar paso a la emoción de una que otra tortita horneada en casa a manos de una de las tías o mi viejita. Este pastelito, que casi siempre duraba para el desayuno del día siguiente o sino para la lonchera del cole (y mientras comías tu torta en pleno recreo ibas invitando a los gorrones que se acercaban) me hizo pensar en cuánto puede significar un cumpleaños, y la verdad cada año que pasa el significado va cambiando.
Entre los tres y los cinco, cumplir años es sinónimo de fiesta con globos, piñata, sorpresitas, gelatina y no sé cuánta cosa más, un payaso chinchoso y la torta. Si son como yo de seguro les daba cólera que esos indigentes y conchudos que encima de ensuciar mi casa y tragarse mi comida se llevaran mi torta y partieran la dignidad a mi pobre piñata, pero en fin así es pues a esa edad.
Entre los seis y los diez años la cosas va en madurez, ya sabes que es posible que te hagan una fiesta, pero cada años te es más intolerable el puto gorrito del hombre araña, o la gorrita de marinero o sino la ridícula corona de rey (Ta mare ni que hubiéramos nacido en una rufla monarquía, y ni que es mocoso se sintiera de verdad un príncipe…. SEÑORA SU HIJO NO SE SIENTE PRINCIPE SE SIENTE EL REY DE LOS HUEVONES) pero así es a esa edad, aunque ya vas siendo consiente que es tu cumpleaños y no el de tus viejos.
Entre los once y los trece, tomas conciencia que ya no eres un mocoso, que ya no estás para la estupidez de los adornos del Oso Pooh, ni tampoco las webadas en la cabeza. Adiós gorritos, adiós sorpresitas, adiós hombre araña, adiós cualquier cosa que haga pensar que eres un niñito. Aguantas algunas cosas, como la torta, ya que a esos galifardos que han llegado hay que darles de tragar, así que primero tu Ají de Gallina y luego su torta, claro aún mantienes el deseo oculto de que “cómo no mueren con una diarrea”, pero en fin, así es a esa edad. Lo bueno es que ya estás más independiente.
Entre los catorce y los diecisiete, ya no estás para cojudeses, con las recontra justas un almuerzo en la jato de tus viejos, porque tus amigos van a estar esperándote para webiar como grandes pendejos por algún lugar, ya sea el centro comercial o lo que sea, y si tu family es más liberal, quizá te dejan tomarte unas chelas con tus patas en tu sala, oyendo tu música, que ya no es Rompe la Piñata, o alguna torreja de Nube Luz o Yola. Claro la torta y el combo son infaltables, total, aún los gorrones siguen viniendo, por qué, no sabes, pero igual ahora por lo menos traen una chela o son los que motivan para comprarlas, pero en fin, así es a esa edad. Claro que ahora ya tas chupando algo, y ya te tan dejando más libre.
De los dieciocho a los veintiuno o dos, ya estás en otro level, osea que ese día es posible que lo pases chambeando, o estudiando en la universidad, si es así , tus patas más cercanos te dirán saliendo nos metemos unos tragos. Si en tu jato hay una comida te olvidas, y tas pensando en que culantro te levantas esa noche, para recibir tu año nuevo personal, y ni que decir de las tortitas, ni que fueras flaca para que te metan tortas, tú quieres trago y punto y una germa bien despachada que te pague la noche, y bueno en fin así es a esa edad, crees que estás maduro, que nadie te puede ni debe decirte nada ni cuando la resaca no te dejó para nada al día siguiente.
De los veintitrés para adelante, y según me dicen hasta los treinta, vas darte cuenta que ya no eres un mocoso, así que vas a querer tu puta tortita, que tus patas estén contigo, que haya combo en tu jato, para que puedas sentir que eres alguien especial para alguien, porque si ya tienes 25 años se te mete en la cabeza, de manera caleta, que ya no cumples años, sino que restas tiempo de vida y aquella maravillosa frase que oí hace más de 20 años se hace realidad: ”a partir de los 25 ya no cuentas cuántos cumples sino cuántos te quedan”. Y bueno, en fin, así es entre esos años. Lo bueno es que si hiciste las cosas bien, y aguantaste a los gorrones, es posible que tu esposa saliera de ahí, que si no te quejaste de las muestras de cariño de tus viejos van a estar contentos de hacértelas otra vez, lo que garantiza que tus hijos sean bien recibidos, y tus expectativas de vejez no sean tan jodidas, ya que si pasando los treinta aún crees que estás chibolo mejor mírate esa wata y los murciélagos del sobaco y tus entradas en la cabeza.
Bueno, en fin, se me dio por escribir esto porque es cumple de mi hermano y quiero ver cómo llegará a recibir sus 22 abriles. Lo único malo es que igual no sé que le regalaré. Bueno, ya escribí y está servido, ahora chau.